Fotografías: Álvaro Sarramián
Texto: José Luis Gabela
Hola a todos.
Toda salida al
campo o todo paseo por el entorno de nuestra localidad de residencia, puede
proporcionar la sorpresa de tropezarte con la especie de ave que en absoluto
podrías imaginar que fuera a salirte al paso. Y justo eso fue lo que nos
ocurrió a Álvaro Sarramián, Diego Benavides y a mí.
Habiendo
decidido acercarnos a la Laguna de Pitillas para pasar la mañana de sábado de
mediados de noviembre disfrutando de las especies de aves, algunas de ellas tal
vez de reciente llegada ante la cercanía de los meses invernales, decidimos
parar de camino en la zona de Lerín para hacer algún intento de ver por allí
algunas de las especialistas de los ecosistemas esteparios.
Por allí vimos
repetidamente una pareja de aguiluchos pálidos circus cyaneus que, de
forma independiente, por una zona o por otra de aquellos campos, iban volando
lentamente a escasa altura. Dos cernícalos vulgares falco tinnunculus
estaban también por allí, a veces posados, a veces volando. También observamos
aguiluchos laguneros occidentales circus aeruginosus y varios milanos reales
milvus milvus desde la posición en que nos habíamos detenido camino de
Pitillas.
Siendo ya las
10 de la mañana, decidimos ponernos en camino a la laguna destino de la salida
de ese día. Cuando estoy poniéndome yo a meter el telescopio en el maletero, Diego,
echando un último barrido a lo lejos con su telescopio, avisa “Oye, oye, que
hay por allá un aguilucho que no es pálido”. A esto añade que por lo que ha
visto del negro del extremo de las alas, le parece que podría ser un aguilucho
papialbo circus macrourus. Vuelta a colocar el telescopio otra vez para mirar
hacia el área indicado, vemos que efectivamente, a pesar de la distancia, ese
aguilucho no es como el aguilucho pálido macho que hemos visto repetidamente sin
parar de moverse alrededor de nuestra posición. Tanto cuando el aguilucho de
reciente aparición está volando, como cuando se posa brevemente sobre el
terreno, percibimos que ciertamente no es como el citado macho de pálido.
A los pocos
minutos, en uno de sus vuelos a escasa altura sobre el terreno, acaba pasando
al otro lado de lo que a esa distancia aparenta ser un promontorio, de modo que
le perdemos de vista. Esperamos allí con el ojo puesto en el objetivo del
telescopio para ver si regresa a la zona previa o si lo vemos aparecer más a lo
lejos todavía o por los lados del citado promontorio, mientras que comentamos
lo que acabamos de ver.
Como
transcurría el tiempo y no volvía a aparecer, decidimos acercarnos por la
carretera hacia un camino que se veía a lo lejos y que podía servirnos para
dejar el coche fuera de la vía, para a continuación ir a pie a la zona por
donde lo habíamos visto desde la distancia, para cerciorarnos y también para
intentar obtener alguna foto con la que aclararnos.
En un inicio,
no lo relocalizamos en vuelo por allí, pero al poco, lo veo posado sobre un
terreno tapizado de verde, en aquel lugar donde había además fincas labradas, e
incluso algún terreno no muy extenso plantado de viñedo. Es muy llamativo el
color blanco que destaca sobre ese fondo verde.
Ahí comienza un rato largo en que el ave pasa de una posición a otra por aquellos terrenos, intercalando vuelos a altura de un metro o poco más, sin perder detalle de lo que en el suelo pueda aparecer, con momentos en que permanece posado sobre el suelo. Yo intento sacar alguna foto, pero Álvaro decide, después de unas fotos iniciales, poner la cámara sobre el trípode del telescopio para que esas fotos a distancia del aguilucho pudieran ser lo más nítidas posibles. Gracias a su destreza, se puede apreciar el ave tal como lo podéis ver.
Hubo un momento en que el papialbo estuvo posado en una finca a escasos metros del macho de aguilucho pálido. A ambos los vino a incordiar un cernícalo vulgar al poco rato y volvieron a levantar el vuelo.
Y allí estuvimos disfrutando hasta que ya pasadas las 12 h., en un momento en que el aguilucho voló hacia una zona más alejada de donde estábamos, donde le perdimos de vista, decidimos que ya era hora de hacer la vuelta, porque ya no nos quedaba tiempo antes de comer para disfrutar de la Laguna de Pitillas. El aguilucho se fue y allí quedamos los tres, con la típica sonrisa bobalicona de quien es consciente de que ha tenido un golpe de suerte.
Ojalá pueda ser visto por otros pajareros este mismo individuo por la zona en las próximas semanas.
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